Descubriendo a la Dama Luna - 29/11/2016

Charo Alonso Martín - www.salamancartvaldia.es

DESCUBRIENDO A LA DAMA LUNA

 

 

     El álbum de fotos de piel azul y hermosas letras doradas duerme envuelto en papel dentro de una caja gris perfectamente catalogada. Los Archivos Histórico Provinciales son lugares mágicos donde el orden es lo más importante y buscamos a través del ordenador los números y las letras con las que se cifran cientos de cajas que contienen la memoria de cada uno de nosotros.
     Y esta caja tiene un álbum de fotos de hojas amarillentas por el tiempo lleno de imágenes perfectamente recortadas, agrupadas por temas, con sus títulos, sus fechas… qué ordenada debió ser la mujer que hizo este álbum con mimo, con dedicación, y que seguro que pasaba las hojas recordando sus viajes, los rostros que amaba y perdió, los jardines de su casa, los perros que tanto quería…. La dueña de este libro murió en 1953 muy lejos de su casa del campo de Salamanca, en Barcelona, tratando de curarse lo que ahora llamaríamos un cáncer de útero. Se llamaba Inés Luna Terrero.
     Nuestra Inés nació cuando el siglo XIX iba terminando y la modernidad aún no había llegado al campo de Salamanca. Su madre, la Inés grande, era hija de un importante senador que se había destacado en la construcción de los trenes que atravesaban la meseta castellana.
     Heredera de una fortuna, pero enfrentada con su padre y muy libre para la época, la Inés grande hacía turismo en Francia cuando conoció a un hombre, Carlos Luna, inteligente, aventurero y decidido. Tan decidido, que ya instalados en una casa de la capital salmantina que le había correspondido por herencia a Inés Terrero, Carlos Luna abrió en la ciudad la primera Central Eléctrica de la que se tiene noticia, y quiso hacer del campo cercano a Vitigudino –en aquel entonces un lugar remotísimo- una explotación agraria a la manera de las grandes plantaciones norteamericanas.
     Este hombre tan moderno no sabía que el campo español estaba por aquel entonces muy atrasado y que la dehesa no se presta a tales modernidades… pero como Carlos Luna era un adelantado a su época fue uno de los primeros conductores de coches y construyó cerca de Vitigudino, una casa con todas las comodidades que eran extrañísimas en la época para pasar sus vacaciones ¡Tenía electricidad, un jardín inglés y una piscina! Era un hombre tan particular que enseñó a conducir a su única hija y la animó a que llevara los papeles de las fincas bien jovencita, cuando eso era algo que jamás hacían las mujeres, siempre preparadas para casarse cuando se ponían de largo.
     Inés tuvo novios, sí, era una mujer muy hermosa, pero nunca se casó. Se cuentan de ella muchas historias amorosas, pero lo único que podemos decir es que ya mujer madura, tuvo un romance con Miguel Primo de Rivera cuando este era el Dictador militar impuesto por el rey Alfonso XIII. Esta historia medio secreta no llegó tampoco a buen puerto, aunque se afirma que fue ella quien asistió a la muerte del General exiliado en París cuando se le acabaron sus tiempos de Dictador.
     Como veis, Inés Luna no era un personaje corriente, cierto que vivió muchos años en Madrid como una señorita rica, dedicada a la vida social y a acompañar a su madre viuda, pero cuando su madre murió, ella decidió volver a la casa de campo que había hecho su padre y allí se dedicó a cuidar sus tierras y a viajar.
     Imaginaos a una mujer en los años treinta y cuarenta que lleva los papeles de una finca, va a todas partes en sus aparatosos coches, conduce sola, visita el sur de España, se atreve incluso a viajar al desierto argelino y después recorre varios países del este de Europa. Eso de que una señorita rica viajara a Francia, o a Portugal, o a Italia no era tan extraño, incluso sola con su señorita de compañía y sus perros ¡Se llevó los perros al desierto cuando es un animal denostado por los árabes!
     Sin embargo muchos de sus viajes podemos considerarlos propios de una aventurera de película, y tan película, porque cuando regresaba a su casa del campo salmantino, reunía a todos los trabajadores de sus fincas y a la gente del pueblo cercano y les enseñaba las fotos y las rudimentarias películas de sus viajes. Había que ver a los labradores de sus campos intentando asimilar esos extraños paisajes y más aún, cuando la señora se enamoró del rito maronita, un culto de la iglesia ortodoxa en el que se reza en árabe y arameo y se tiene una liturgia eslava, y se trajo al campo, a los toros y a las fincas charras, a los sacerdotes maronitas que parecían extraterrestres en medio de las encinas.
     A Inés Luna nada le daba miedo ni le asustaba la novedad, ella trajo las primeras máquinas de trillar al campo salmantino y cuando estalló la guerra civil y se llevaron a luchar a casi todos sus jornaleros, ella dejó sus lujos de señorita rica y se puso a trabajar como todos en el campo.
     Como veis, parece un personaje de novela, de la novela que a mí me gustaría escribir si no fuera porque Inés es un personaje real, existen sus fotos, sus cartas, su casa que estuvo derruida mucho tiempo en medio del campo…
     No se puede mentir sobre ella porque la conoce toda Salamanca, eso sí, mal, porque a una mujer que no le gusta en esta época hacer lo que la sociedad espera que haga, se la critica muy duramente. Entonces todo el mundo hablaba de sus caprichos, de sus manías, de sus amoríos, de las fiestas que daba en su casa –y a las que todos querían asistir- incluso llegaron a decir que montaba desnuda a caballo y que tenía un toro bravo que comía de su mano… cosa esta última que sí es cierto, porque existe una hermosa foto en la que se ve a la señora de la finca dándole de comer a un pedazo de toro que daría miedo hasta al mismo Perera.
     Yo supe de Inés Luna porque di clases en Vitigudino, muy cerca de su casa, y era como una especie de fantasma en la zona de la que se hablaba siempre, de ella y de su casa derruida… una casa que por lo visto visitó todo el mundo… todos menos yo… que preferí verla en sueños cuando empecé a buscar información sobre este personaje tan particular.
     Inés Luna era como una Dama misteriosa, pero poco a poco me fueron contando cosas, leí otras, vi sus fotos y sus cartas en el Archivo y me puse a escribir una historia en la que ella hablara desde su enfermedad, deseando volver a su casa de Salamanca, allá perdida en Barcelona. A veces la realidad es mucho más rica que la ficción, y solo hay que saber buscar a esos personajes que duermen perdidos en la memoria de las gentes. Y es que si los hallamos y los mimamos, nos dan muchas satisfacciones.

          Y hasta se convierten en libros y en Lunas llenas.