El Cuartón de Inés Luna - 21/05/2016

Charo Alonso Domingo, 8 de mayo de 2016

 

Una Figura Legendaria

El Cuartón de Inés Luna

El viajero que contempla el jardín, sus cedros del Líbano, sus caminos de piedra, sus encinas retorcidas y su capilla maronita no sabe que no solamente arriba a uno de los hoteles más recoletos y originales de toda Castilla y León

Apenas a siete kilómetros de Vitigudino, en dirección a la Fuente de San Esteban y muy poco antes de llegar a Traguntía, un camino de tierra a la izquierda se adentra entre las encinas centenarias para llegar a la insólita casa que domina la finca de El Cuartón. Ante ella desciende una mujer tocada de pieles que se levanta la rejilla del sombrero para admirar los ángulos imposibles de sus tejadillos, su elegancia de columna delgada, su aire inglés perdido en la dehesa salmantina. A su lado se afanan los criados acarreando baúles y maletas. La señorita regresa de Francia, de Italia, de Argelia, del Centro de Europa y ahora permanece en pie, ante su Liberty House, feliz de estar en casa. 

El viajero que contempla el jardín de Inés Luna, sus cedros del Líbano, sus caminos de piedra, sus encinas retorcidas y su capilla maronita no sabe que no solamente arriba a uno de los hoteles más recoletos y originales de toda Castilla y León. O quizás sí conoce la historia de esta mujer modernista adelantada a su tiempo y envuelta en la leyenda que le espera en lo que fue su casa y en la actualidad acoge al viajero con ese lujo atemporal que tanto le gustaba a Inés Luna. Aquella que vivió en la Salamanca de principios de siglo su infancia de niña privilegiada, aquella que fue una adolescente transgresora convertida en la mujer controvertida que llevaba los papeles de la finca, criaba ganado bravo y dejó su vida en el Madrid Alfonsino para recluirse en la casa que construyera su padre en las heredades de Inés Terrero. Una mujer que habita las páginas del cronista Salvador LLopis, del historiador Luis Arias González, de la escritora Macu Vicente y del cineasta Basilio Martín Patino que la retrató libremente en la película “Octavia” y la mostró con todas sus sombras en un ejercicio de memoria titulado “Espejos en la niebla”.

¿Qué reflejan los espejos en los que se mira la figura legendaria de Inés Luna? Yo quise ver en ella una Dama incomprendida que se enamoró muy joven de quien no pudo corresponderla y que desencadenó, sin quererlo, la tragedia de toda una familia de renteros obligados al exilio. Una historia que los Velasco cuentan junto al fuego del hogar y del recuerdo que aún pervive en el celo concienzudo de investigador del profesor Alfredo García Vicente, cuya familia trabajó siempre para los Luna. Una historia que relata el increíble acervo documental de la familia que ahora custodia el Director del Archivo Histórico Provincial de Salamanca, Luis Miguel Rodríguez Alfajeme, quien nos la mostró en aquellas fotografías sorprendentes donde pudimos recorrer el álbum de una vida diferente. Aquella de la que nos enamoramos todos los que nos hemos dejado fascinar por su compleja personalidad de mujer adelantada a su época, privilegiada por su patrimonio y víctima de la historia de un tiempo que no tuvo clemencia con nadie.

¿De dónde venía Inés Luna, mal llamada “La Bebé” por aquellos que nunca la quisieron? Su familia se remonta al siglo XV cuando Juan de Figueroa, el señor de Monleón, inició el ingente patrimonio que fue acrecentándose al correr de las generaciones y acabó en las manos de una pareja inusual. La de Inés Terrero, la hija del Senador que quiso traer la línea de ferrocarril a la provincia de Salamanca y la de su marido, un desconocido emprendedor con el que se instala en la ciudad del Tormes que asiste, fascinada, a la instalación de esa “fábrica de la luz” con la que Carlos Luna trae el alumbrado eléctrico a la ciudad de Salamanca. El profesor Eladio Sanz, catedrático de electrotecnia se topó con el ingenio de este caballero manchego del que poco sabemos y no le dejó marchar. Suyas son las investigaciones que ahora celebran el centenario de la muerte de un hombre capital en la ciudad salmantina, un emprendedor que no solo trajo el alumbrado a las calles levíticas de la ciudad dormida, sino que quiso hacer de las tierras de su esposa explotaciones modernas y construyó la casa que su hija Inés convertiría en su refugio soñado. Carlos Luna es un personaje inusual, partícipe de la modernidad que traerían a Salamanca hombres que hicieron el siglo, un adelantado a su época que tuvo el tercer coche que llegó a la ciudad y que se dejó fascinar por la primera máquina de rayos X que luego tanto trabajo le daría al doctor Filiberto Villalobos. Hombre contradictorio y casi unamuniano en su vocación temprana de pelea, enseñó a su única hija a conducir, a llevar sus fincas y a ser todo lo libre que pudo… pero no a enamorarse del hijo de un rentero, faltaría más. Los profesores Eladio Sanz y Alfredo García Vicente tienen la virtud de la documentación, el celo del científico, estudian los archivos, se intercambian la información y tratan de construir la historia. Mientras, en un rincón decadente y un tanto frívolo, yo traté de novelarla.

Inés se merece estos dos caballeros de armas pertrechados de datos y de verdades incómodas que se aprestan a desfacer entuertos y leyendas que la denigran. Yo no sé si sería de su agrado porque prefiero atisbar sus broncas en La Glorieta con ese novio, Gonzalo de Aguilera Munro, XI Conde de Alba de Yeltes, “que le sale rana”. Prefiero saberla enamorada en su madurez del Dictador Miguel Primo de Rivera al que dicen, acompañó en su muerte parisina, y por supuesto, prefiero curiosear en su álbum de fotos azul que me enseña, reverente, Luis Miguel Rodriguez Alfajeme. Quiero pensar que todos los hombres que se acercan a Inés, a mi Dama Luna, se enamoran de ella, por eso me gusta hablar con Carlos Mezquita, quien desde Traguntía denunció el abandono de la casa de El Cuartón como si fuera el mismo campo charro el que se cayera a pedazos mientras a su alrededor la voluntad de Inés se cumplía a medias, porque muerta en 1953 sin herederos, el trabajo de la Fundación Inés Luna Terrero fue tremendamente complejo en su labor de mantener el patrimonio y becar a los alumnos orientales que practicaban el culto maronita y que venían a Salamanca a estudiar trayendo los cedros del Líbano que ornan nuestros jardines y el Paseo de Carmelitas.

Inés, aquella que se acompaña de una miss inglesa a quien tuvo que dejar partir durante aquella guerra que la convirtió en una campesina, en una enfermera de hospital de sangre; Inés, aquella a quienes los falangistas acusan de ser una mujer relajada y a quien le inventan hijos mientras ella trata de adoptar a una huérfana de guerra; Inés, la que al final de su vida se abisma en sus soledades solo rotas por su fiel criado, su Consuelo del alma y sus monjas de Vitigudino que velaron su cuerpo aún ahí en el que ahora ya no es colegio de niñas… esa Inés insólita que paseó su juventud por el Madrid señorial y por la Salamanca pacata que tanto la denigró envolviéndola en la extravagancia y en las historias irreales en las que montaba desnuda a caballo por la finca o lucía serpientes como

pulseras en los pies y las manos, esa Inés ya está convertida en leyenda. Una leyenda que necesita de estudios rigurosos, de investigaciones serias con documentos contrastados que la sitúen en la muy reciente historia de nuestro tiempo y nuestra tierra. Todo lo que con constancia y empuje llevan a cabo Alfredo García Vicente y Eladio Sanz, libres de toda atadura, libres de intereses, decididos a sortear la leyenda; contumaces en el dato, pero cercanos, familiares, apasionados, porque Inés Luna y su personalidad, Inés Luna y su insólitas circunstancias lo merecen. Lo mismo que merece Inés que se haya renovado su casa, que se haya convertido en la de todos, con la vista puesta en el deseo de que sea una fuente de trabajo y de prosperidad para su entorno. Esa tierra en la que eligió vivir y en la que Conrado ha sentado las bases de un establecimiento lleno de encanto, de buena comida y de estancias que nos recuerdan a la dueña de la casa. La casa soñada por Carlos Luna, iluminada por la luz eléctrica que trajo a Salamanca y bañada por las aguas de la primera piscina que se viera en la provincia.

Cuántas cosas fueron las primeras en el entorno de los Luna. Cuántos adelantos en tiempos en los que los renteros eran aún los siervos de la gleba. Cuántas innovaciones en una mujer que debía seguir los principios inamovibles del Glorioso Movimiento. Cuánto nos queda aún por saber de Inés Luna y del tiempo que le tocó vivir, gozar y sufrir desde el privilegio, la soledad y esa voluntad de hierro de ser diferente. Y mientras tanto, acudimos a su casa fascinados por su persona, por su época, por sus viajes, por su casa insólita y sus jardines de piedra, por su capilla erigida con mimo donde debe reposar su cuerpo… ese que transita entre las rosas con la vista puesta en el ocaso entre las encinas. Ese que se le aparece a quienes vagan por la noche de la dehesa. Ese cubierto de polvo del camino que sale graciosamente del coche antiguo después de encontrarse con su enamorado en Madrid al abrigo de los mentideros y se siente, por fin, en casa. Inés, Inés, Inesita, Inés.

Charo Alonso
Fotografías: Carmen Borrego, Fernando Sánchez Gómez y Archivo Histórico Provincial de Salamanca.